Halloween 2008 con Ircio

1 de noviembre de 2008:

Para empezar el mes, nada mejor que vivir una de las tradiciones más curiosas y divertidas de los Estados Unidos. Se trata de la festividad de Halloween, que en España se llama día de todos los santos, y en Méjico día de los muertos. Si bien los mejicanos aprovechan para ponerse hasta arriba de tequila en las tumbas de sus seres queridos, creo que la versión americana es la más divertida. Como todos sabéis, es un día en el que la gente se disfraza, principalmente con motivos siniestros, para asistir a fiestas en las que desmadrarse un poco. Como encima el día cayó en viernes, pues fiestón total. La fiesta para nosotros empezó la noche anterior, cuando fuimos a una tienda de disfraces a comprar unas cosillas, maquillajes, colmillos y demás parafernalia vampírica, al lado de la universidad de Columbia. Para empezar, la tienda era una megastore en toda regla, con sus tres pisos llenos de todo tipo de disfraces (los mejores, los de la marca Playboy...) y de complementos, y para la ocasión cerraba más allá de la medianoche. Para entrar había tal cola que en la puerta habían puesto a un segurata poniendo orden y dejando entrar como si se tratase de una discoteca, cada 5 minutos. Y luego para pagar nos tuvimos que comer otra cola de más de 20 minutos. Es lo que tiene comprar las cosas en el último minuto.
Al día siguiente, día de Halloween, pude apreciar la importancia de la fiesta. Durante el día la gente currando como si nada, pero por la tarde, todo cambió. Las calles se llenaron de grupos de niños pequeños, de entre 1 y 10 años, más o menos, todos disfrazados, acompañados de padres igualmente disfrazados, y entrando en todas las tiendas para pedir caramelos al grito de "trick or treat". Y los tenderos, encantados, ofreciendo caramelos a mansalva a los niños ilusionados. Luego paseaban por la calle, de la mano de sus padres, sujetando firmemente la calabaza en la que guardaban el botín. Si ya hace gracia ver a los enanos disfrazados (mención especial para un bebe, en su carrito, de unos 6-7 meses, disfrazado de Winny the Pooh), más te hace ver a los padres al lado con sus gorros de bruja o sus antenas de abeja. Y ellos se lo pasan genial, por que al sonreírles (yo no podía evitar reírme al ver tal percal) te devuelven la sonrisa, como diciendo, "sí, es un día de fiesta". Eso por la tarde, por que por la noche llega el momento de los adultos.
Y digo adultos, por que no sólo se veían estudiantes disfrazados por la calle, sino también padres y hasta abuelos, con sus 50-60 años, y disfrazados de cowboys o enfermeras. Pero los mejores, los estudiantes universitarios. Nosotros fuimos, como no, a casa de Phil y Becky, donde se juntaron unos cuantos colegas disfrazados para tomar unas copas. Y el viaje en metro fue todo un show. Un vagón de metro lleno de caballeros medievales, magos con chistera, wonderwomans varias, caretas aterradoras, brujas minifalderas, personajes de películas, etc. Un espectáculo que creció al salir por Penn Station, y ver la calle llena de gente disfrazada, encaminándose a sus respectivas fiestas. Mención espacial para el paciente de hospital, con bata marcando gayumbos y gotero, o el que iba de buzo, con bombona y todo. A mi recordó un poco el ambiente de los carnavales de Tenerife, aunque sólo en el ir y venir de la gente. Nunca he visto más gente disfrazada junta como cuando estuve en Tenerife. Pero el rollo era el mismo.
Antes de llegar a casa de P&B nos encontramos con mr. Ircio, don Javier, que había venido a NY a pasar el fin de semana. Con gorro de jazzman, y acompañado por sus dos compañeras de master, ambas con la misma camiseta a rayas marineras, y pertrechados con dos botellas de whisky y 12 cervezas, tiramos para la casa donde nos encontramos al entrar con vampiresas sexys, camareras del oktoberfest, piratas, luchadores mejicanos con máscara y todo, policías con pantalones muy cortos, y hasta un Curro Jiménez, con patillas, pelambrera pectoral, cadenaza de oro y puro de a dólar (decía el crack que iba de nicaragüense). Nicole, una de las góticas se dedicaba a echar las cartas del tarot a quien se le presentase delante (cayeron Jimena y María, las colegas de Javi, yo me escapé por los pelos) previa donación de unos dólares, que fueron al final destinados a una fundación de reparto de comidas caritativa. Marga iba de vampira escotada, con capa y todo (los colmillos no hubo manera de colocarlos bien y se le caían cada dos por tres) y yo de gótico con sombrero de copa (que me duró dos minutos antes de que todo el mundo me lo quitase de la cabeza) y maquillaje blanco por toda la cara (detalle de un par de lágrimas negras pintadas a uno de los lados).
Nada más llegar Javi la lió al abrir la botella de coca cola y desparramar casi la mitad por el salón (that´s how we say hello in Spain), pero no pasó nada pues enseguida se tiró a recogerla a lametones... Y luego estaba lo del baño. Compraron hielo seco, de ese que hace como un efecto bruma, y con la iluminación de unas velas quedaba genial y súper tétrico. Muy currado, como siempre que organizan una fiesta. Enfin, que entre cambios de disfraces por parte de los anfitriones, salchichitas alemanas con salsas (que estaban de coña, por cierto), y muchas, muchas cervezas (y alguna que otra copa) y conversaciones amenas con los presentes, nos pasamos la noche de buen rollo. Desde el tipo que era artista (tengo su tarjeta y mola un montón), con su mujer que vivió un par de años en España, y que me estuvo contando lo loca que estaba su compañera de piso, a las típicas de por qué Raúl no debe volver nunca a la selección (con Criss, el nicaragüense Jiménez) o de la que vamos a liar cuando vayan al Calderón.
A eso de las 4 de la mañana (que duro es salir a las 9 de la noche) nos piramos a casita en metro. La imagen que mostraba la estación de Penn Station era dantesca. Supermanes, princesas, enfermeras escotadas y descocadas, ositos de peluche gigantescos, brujas y magos, animadoras y futbolistas, asesinos en serie y asesinadas, todos ellos desparramados por el suelo, esperando la llegada de los trenes que les devolviesen a la realidad después de una noche de fantasía, con más o menos fortuna. Muchos durmiendo, otros apoyados con los ojos perdidos de quien ha bebido más de la cuenta y pidiendo morir en paz en aquella estación, otros, a los que la noche les devuelve tranquilos a casa (como a nosotros) aprovechando los últimos momentos de ilusión y disfrutando del espectáculo dantesco. Y en el vagón, más de lo mismo. Y en la calle al salir del metro, igual. No se como se habrá levantado hoy la ciudad, pero seguro que muchos aún siguen, a estas horas, con el disfraz puesto (algunos seguro que no se lo quisieran quitar nunca).

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