Jimi Hendrix in the park

25 de junio de 2008:
Los meses de verano son los mejores del año en Nueva York. Es cierto que hay días en los que apenas puedes respirar entre el calor y la humedad, y que suelen caer tormentas que dejan en un simple chirimiri las gotas frías levantinas, pero es la época del año en la que más actividades se pueden desarrollar al aire libre. En todos los grandes parques de la ciudad se multiplican las pantallas de cine (en Brooklyn, hasta te regalan las palomitas), escenarios para representaciones teatrales, conciertos, y hasta clases de todo tipo (en Bryant park, desde petanca hasta ajedrez, pasando por clases de piano y dibujo para niños).
Uno de los acontecimientos estelares del verano es el primer concierto de la Filarmónica de NY en Central Park. El lugar, el Great Lawn, una explanada inmensa de césped en perfectas condiciones. La peculiaridad de escuchar música clásica al aire libre, mientras disfrutas de una pequeña cena, es un reclamo demasiado fuerte para dejarlo pasar. Lo mismo pensaron las miles de personas que allí se reunieron. El plan era sencillo. Fiesta en plan fino. Te montas un pequeño picnic, con cesta, mantel a cuadros, copas de vino, comida de restaurante en tuppers de plástico, y velitas con olores a frutas y flores para darle un aire romántico a la velada. Y a disfrutar de la música. Desde que llegamos me ha hecho gracia la facilidad que tienen los americanos en convertir situaciones normales en acontecimientos elegantes. Esta es una de estas situaciones en las que en España iríamos con los bocatas, las pipas y la bota de vino (así fuimos nosotros...) y aquí sacan el Cabernet Sauvignon y el foie.


El espectáculo comenzaba a las 8 de la tarde, pero Marga y yo, pensando que habría mucha gente, nos acercamos una hora antes. Menos mal. Encontramos un huequecito donde quedarnos, al final de la primera zona abierta al público general (delante del escenario había que pagar entrada...), en medio de todo el sarao. Desplegamos nuestras cosas, que hasta velas llevábamos, y después de descalzarnos, nos pusimos a comer, observar y disfrutar.

La gente estaba como en un día de fiesta (me extrañó que a nadie se le ocurriese llevar barbacoas portátiles) popular, en plan jaleo. Se supone que la gente va a un concierto de música clásica en plan cultureta, callado y serio, pero esto aquí como que no se lleva (quizás en las primeras filas). Del concierto, lo esperado. Una maravilla. Interpretaron desde clásicos de Tchaikovsky (se escribe así?) hasta marchas militares de lo más típicas (sí, cayó la de barras y estrellas, de lo más jaleada por el pueblo, por cierto). Y como fin de fiesta, una versión muy curiosa de Purple Haze, de Jimi Hendrix. Que no os lo creéis? Allá va (el vídeo está oscuro, sólo se oye la música y el ambientillo).

Más curiosidades. Para facilitar el paso de la gente a través del césped, la policía había dividido la explanada en sectores separados por pasillos formados con vallas. Estas vallas estaban abiertas en distintos puntos para que la gente ya sentada se pudiese mover fuera y dentro. A falta de 10 minutos para que empezara el concierto, cerraron estas vallas, dejando sólo como zona de paso los pasillos que antes decía. A nosotros nos vino bien, pues estábamos al lado de una de estas vallas, que al cerrarse nos permitió ocupar más espacio con la toalla. La policía se encargaba de vigilar que nadie saltara la valla. Y vaya que si pusieron celo en ello. Durante toda la noche nos estuvimos descojonando cada vez que un iluso pretendía saltarla para poder desplazarse fuera del recinto y trataba de convencer a una policía (china por cierto, como la mayoría de los que vimos anoche, muy curioso) de que era más rápido que ir saltando a los millones de gentes tirados en el césped. La policía le decía que sí, que muy bien, pero que se diese la vuelta por donde había venido y que saliese por donde le correspondía. A los que saltaban cuando no estaba delante, les llegaba con los brazos abiertos en postura de "por aquí no pasas, chaval", y les volvía a meter en la zona acotada. De coña.

Para acabar la noche, desplegaron fuegos artificiales por encima del Belvedere Castle. La gente los miraba extasiada, pero estos no han visto en su vida una buena falla. Hasta los fuegos de Torrevieja eran mucho mejores y más espectaculares que estos, y no lo digo con el DNI en la boca, que los que me conocen saben de mi animadversión hacia estos elementos pirotécnicos. Pero bueno, para acabar la noche, no estuvieron mal del todo.
En definitiva, una noche fantástica, buena comida, buena compañía, gran ambientazo. Vuelven a tocar a mediados de julio en un parque de Brooklyn que queremos conocer, Prospect Park, así que seguro que aprovechamos la ocasión y repetimos.
Y esta noche al Besibol, por fin!!!! Let´s go Mets!!!!!!

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