Excursión a los hamptons

2 de septiembre de 2008:

Ayer fue el labor day, uno de los días festivos del país. Aprovechamos para salir por primera vez en toda la semana esperando que Marga no se resintiese mucho de su tobillo maltrecho. Quedamos con Hillary y con John, una pareja encantadora, y de lo más entretenida. Long Island tiene, en su parte más oriental, dos zonas muy diferentes. El sur, donde están los Hamptons, la zona más pija y exclusiva de New York es a donde van los adinerados de Park Avenue a pasar el día en sus mansiones de millones de dólares y a navegar en sus yates. Nosotros lo que hicimos fue visitar la zona de granjas y casitas del norte de la isla. El plan original era pasar el día por la zona, en plan turista, a la vez que visitábamos alguna de las bodegas existentes, donde cataríamos varios tipos de vino autóctono. Para empezar, nos fuimos a comer a un sitio junto a la universidad donde Hillary y John estudiaron (y la liaron muy gorda), que aparte de ser el típico lugar de estudiantes, tenía la característica de destilar su propia cerveza. Y no sólo un tipo de cerveza, sino que en función de la época del año, cambiaban los ingredientes. Así no se aburre la gente. Cuando llegamos, vimos que la cerveza del momento era una hecha con calabaza. La verdad es que estaba bastante rica, aunque rayaba un poco el hecho de que en el borde le hubiesen puesto azúcar como si fuera una margarita. John, que es profesor en la universidad, tenía una jarra alquilada en el bar, de la que bebía siempre que iba. Cool...


Tras la comilona de rigor, agarramos el coche y nos encaminamos hacia la zona rural. Durante varias millas, fuimos conduciendo por una carretera de un sólo carril, con granjas a ambos lados, y tiendas montadas como si fueran parques temáticos. En una de estas granjas paramos para comprar la especialidad de la casa. El maíz dulce. Compramos unas mazorcas de maíz enormes, que la gente se comía con ketchup y mostaza a bocados. Al parecer la manera de comerse esto es con mantequilla y al horno. No se cuando nos las jalaremos...El caso es que era genial ver como todos los productos estaban expuestos, como había un tranvía que te movía por la granja, y como los niños se entretenían recogiendo las hortalizas y los frutos. En plan educativo, claro.

Después de la experiencia granjera, la siguiente parada era una de las cientos de bodegas de la zona. Es como el gran negocio turístico. Por que además se dedican a ofrecer catas de los vinos de que disponen, con un tipo que te va explicando los aromas y sabores. Paramos en una llamada Borghesi, pequeñita, pero muy chula. John y yo pagamos 12 dólares cada uno por probar 5 tipos de vino, 1 blanco, 3 tintos y uno de postre. Las niñas se abstuvieron, básicamente por que Marga no se quería emborrachar, y Hillary por que estaba tomando medicamentos por un dolor en el cuello que la tenía rota. Personalmente no me entusiasmaron ninguno de los que tomé, además el tipo no lo hizo nada bien (nos mezcló los vinos en el mismo vaso...). Los vinos eran muy bastos, muy secos, no me gustaron. Lo mejor era que después de la cata te sentabas en un jardincito, con las viñas enfrente, al solecito, como Dios. Con tiempo, lo normal era ir de bodega en bodega y catar mil vinos, claro que la moña sería considerable. No era cuestión, y además no teníamos tiempo ya que cerraban a las 5 de la tarde.

Después de los vinos, nos fuimos a Greenport, un pueblecito de lo más agradable y que me recordó un poco a la excursión por Cape Cod; casitas blancas, bajas, restaurantes de marisco y pescado, y barquitos. Nos dimos una vuelta por el puerto, donde vimos aparte de un show de rock en vivo, una serie de barcas de esas de velocidad, que hacían un ruido de mil demonios al arrancar. Y la gente, aunque se suponía que era del tipo normal clase media, algo pijilla, la verdad. Enfrente del pueblo, existe una isla en la que residen millonarios de verdad, y a la que sólo se puede acceder en barco. Así que normal que haya tal concentración de veleros.





Y luego nos encontramos con una herrería de las de verdad. Pensamos que sería un museo, pero nos asomamos y funcionaba de veras. Que bueno!!!!! Cenamos en un restaurante bastante bueno, en el que nos tomamos un vino verdejo de Rueda muy rico. Y de postre, paseo en coche hasta una heladería típica de la zona, con productos hechos a mano. No estaban mal, pero tampoco eran fuera de lo normal.

Así que así nos pasamos este día de fiesta en los USA, de excursión gastronómica, más que turística. Lo mejor, sin duda, la compañía, aunque habrá que probar el maíz dulce...

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