Como críos

5 de enero de 2009:

Después de la fiestecilla de nochevieja, decidimos enfocar el día de año nuevo con actividades outdoors. A la playa no fuimos, no.

Después de desayunar, me tocó sacar al perro de paseo. La verdad es que se que los perros no me gustan, me aburren y me cansan. El hecho de tener que sacarles a la calle cada cierto tiempo todos los días me desespera, sobre todo en días tan fríos, por lo que creo que nunca tendré perro. Aún así, si tuviera que tener uno por mandato divino, me gustaría que fuese como este. Muy majete.

Después de mearse en el jardín de unos 10 vecinos (y yo con la cara de "ojalá no salga nadie con la escopeta") y de andar durante media hora nos volvimos a casita para ir a una ladera en un parque del pueblo que utilizan los críos, y no tan críos, para deslizarse en trineos y neumáticos hinchables gigantes.


A Marga no le hacía mucha gracia lo de tirarse ladera abajo, ya que es un tanto impresionable, así que me obligó a bajar con ella en un donut gigante. El viaje, fue dramático. Mientras yo intentaba mantener el donut en su sitio y no tragar nieve al mismo tiempo, oía a Marga gritar como una posesa a la que están extrayendo el apéndice sin anestesia. Ella lo niega, pero yo creo que alguna lágrima soltó. Obviamente, cuando llegó sana y salva al final de la ladera, se puso a dar saltos de alegría y como una niña pequeña empezó a decir que otra vez, otra vez. Nos tiramos un par de veces más, claro. Además, sentía como la nieve que salpicaba se iba metiendo por todas las rendijas que dejaba la ropa. Dos horas después todavía saqué nieve de dentro de los guantes y calcetines. Muerto de frío, por supuesto. La verdad es que era divertido. A lo que no se atrevió Marga fue a tirarse con una especie de plástico duro liso, que era sólo para una persona, y con el que realmente cogías velocidad. Yo sí que lo probé, y casi acaba en tragedia por atropello a un menor (¡Yo iba más rápido, y era mas grande, haberte quitado renacuajo!). Finalmente, desembocó en un lindo ostión con unas balas de paja instaladas a modo de barrera para no salirse de la pista.

Por la noche aún me dolían los riñones. Para remediar el frío y el dolor, nos volvimos a casa, no sin antes parar en el emblemático bar de la zona, el Dinghy bar.

Es un sitio impresionante. Lleno de locales en busca de cerveza barata, dos dólares la pinta, con la que ahogar las penas (entre el frío y la ciudad, deben de ser muchas). La estampa era brutal. La mejor manera que he encontrado de describirla es esta (no me atrevía a sacarles una foto directamente, igual me hubiesen dado una paliza).

Cada día estoy más convencido de que los Simpsons son un reflejo bastante fiel de la sociedad americana. Y en este caso, se puede ilustrar el Dinghy bar con una imagen del bar de Moe. Estuvimos con el cachondeo durante todo el viaje y pinchando a Helena a ligarse a uno de los habitantes del bar. La verdad es que luego eran muy majetes y cordiales, pero la imagen de verlos a todos sentados en la barra, en fila, cada uno en su taburete, con el barman sentado a su lado e igualmente bebiendo cerveza era muy dura. Nosotros nos dedicamos a jugar al billar en la trastienda del local, como se puede apreciar, todo un lujo asiático. Por la mierda que tenía el tapete dedujimos que aquí se jugaba más a los dardos (nos lo confirmó un local que confesó que en diez años que llevaba yendo al bar no había visto nunca a nadie jugar al billar). El tostador en la mesa es brutal. No me asomé a los baños, por si acaso, pero diré que no recuerdo ver uno para hombres. Los tíos, a mear a la calle.

Después de la cena, sesión de cine de la buena, con dos películas: The love guru, con Mike Myers de protagonista omnipresente, y más mala que el demonio (la escena del apoteosis final muestra a dos elefantes follando en medio de la pista de hielo durante el último partido de la Stanley Cup de Hockey), y Hell Boy II, una de superhéroes inadaptados y con muchos topicazos. Igualmente mala. Gracias a Dios que habíamos comprado un par de cajas de cerveza...

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