3 de enero de 2009:
Ha sido un año de lo más curioso. Y qué mejor manera de acabarlo que pasando unos días en el norte del estado de Nueva York, en la ciudad de Uttica, a unas 4 horitas de Manhattan, y a poco menos de 2 de Canadá. Allí nos alojamos en casa de Dave y Laeticia, dos amigos de Phil&Beck con los que hemos coincidido en un par de ocasiones, con cervezas de por medio. Así que buena gente. Salimos el día 30, en coche. Ibamos como los gitanos, con bolsas por todas partes y el maletero a rebosar. Paramos a cenar en un sitio tremendo, un área de servicio de lo más convencional, pero a la americana. Edificio a lo cabaña, con un par de establecimientos de comida basura como reclamo.
Hemos comido en sitios de estos basura y cutres, pero en que estuvimos se lleva la palma. Se trata de un restaurante (sic) con el nombre de una estrella de westerns antiguos, algo así como Roy Rogers, y básicamente ofrece hamburguesas y pollo frito (pero muy frito) y ensaladas con más calorías que un cocido. Allí además pudimos ver a gente de lo más increíble, como una familia de las llamadas redneck, compuesta por: cabeza de familia de unos 40, con tripa, calvo de coronilla y cola de caballo como coleta, camisa de leñador y zapas de deporte; madre de iguales dimensiones que el padre, pero con más pelo (en general), y niños adolescentes en zapas de esas con ruedas en la suela, como las que llevan los críos de 7 años. Un show verles comer pollo frito. Nosotros nos conformamos con unas hamburguesas (a lo seguro, sin arriesgar), y un par de ensaladas.
Llegamos a Uttica a eso de las 10 de la noche, y nada más entrar en el pueblo vimos lo que iba a ser la tónica general del finde: nieve, nieve y más nieve. Las calles estaban desiertas, no había ni un alma, ni un perro, ni un ruido, por que no había ni coches. Muchas de las casas estaban apagadas. Al parecer se trata de una ciudad en la que la gente vive gracias a un par de fábricas (como la de cerveza, de la que ya hablaré más adelante), que además últimamente están de capa caída, con esto de la crisis. Así que parece que hay desempleo. Y del gordo. El caso es que las casas que se ven en la avenida principal eran de lo más bonitas, con sus jardines y sus arbolitos (en algún caso, árbol en toda regla). Y la arquitectura asemejaba en algunos casos a la de los castillos alemanes/holandeses, con sus torres redondas acabadas en punta. También las había con la típica forma victoriana e igual de grandes. La casa de Dave y Laeticia era un chalet amarillo, de dos plantas, jardín trasero y driveway al lado. Típica de película americana en la que el chico entra por la ventana en la habitación de la chica. La calle era totalmente residencial, y el comercio más cercano estaba a unos 10 minutos andando.
Nada más llegar conocimos a Helena, una chica colombiana/americana amiga de los anfitriones y que también había venido desde NY para pasar unos días. Y como al perro, un no se qué de lo más divertido e hiperactivo. Y muy cariñoso y amigable. Tras las presentaciones y descarga de maletas, nos pusimos a beber cerveza (Uttica club, muy buena, muy suave, muy fácil de beber) y tequilas, siguiendo la recomendación de Dave quien decía que después de viajar lo mejor es meterse en el cuerpo un buen licor. Cayeron varios. Y algún Jameson también cayó. Así que al final nos fuimos a la cama calentitos. Por cierto, dormimos en un colchón de aire, (con colcha de leopardo, uhhhhhh) y la verdad es que es bastante cómodo. La primera noche no la pasé bien al no tener almohada, pero las siguientes arreglé la situación con ropa metida en una bolsa y dormí de maravilla.
Hemos comido en sitios de estos basura y cutres, pero en que estuvimos se lleva la palma. Se trata de un restaurante (sic) con el nombre de una estrella de westerns antiguos, algo así como Roy Rogers, y básicamente ofrece hamburguesas y pollo frito (pero muy frito) y ensaladas con más calorías que un cocido. Allí además pudimos ver a gente de lo más increíble, como una familia de las llamadas redneck, compuesta por: cabeza de familia de unos 40, con tripa, calvo de coronilla y cola de caballo como coleta, camisa de leñador y zapas de deporte; madre de iguales dimensiones que el padre, pero con más pelo (en general), y niños adolescentes en zapas de esas con ruedas en la suela, como las que llevan los críos de 7 años. Un show verles comer pollo frito. Nosotros nos conformamos con unas hamburguesas (a lo seguro, sin arriesgar), y un par de ensaladas.
Llegamos a Uttica a eso de las 10 de la noche, y nada más entrar en el pueblo vimos lo que iba a ser la tónica general del finde: nieve, nieve y más nieve. Las calles estaban desiertas, no había ni un alma, ni un perro, ni un ruido, por que no había ni coches. Muchas de las casas estaban apagadas. Al parecer se trata de una ciudad en la que la gente vive gracias a un par de fábricas (como la de cerveza, de la que ya hablaré más adelante), que además últimamente están de capa caída, con esto de la crisis. Así que parece que hay desempleo. Y del gordo. El caso es que las casas que se ven en la avenida principal eran de lo más bonitas, con sus jardines y sus arbolitos (en algún caso, árbol en toda regla). Y la arquitectura asemejaba en algunos casos a la de los castillos alemanes/holandeses, con sus torres redondas acabadas en punta. También las había con la típica forma victoriana e igual de grandes. La casa de Dave y Laeticia era un chalet amarillo, de dos plantas, jardín trasero y driveway al lado. Típica de película americana en la que el chico entra por la ventana en la habitación de la chica. La calle era totalmente residencial, y el comercio más cercano estaba a unos 10 minutos andando.
Nada más llegar conocimos a Helena, una chica colombiana/americana amiga de los anfitriones y que también había venido desde NY para pasar unos días. Y como al perro, un no se qué de lo más divertido e hiperactivo. Y muy cariñoso y amigable. Tras las presentaciones y descarga de maletas, nos pusimos a beber cerveza (Uttica club, muy buena, muy suave, muy fácil de beber) y tequilas, siguiendo la recomendación de Dave quien decía que después de viajar lo mejor es meterse en el cuerpo un buen licor. Cayeron varios. Y algún Jameson también cayó. Así que al final nos fuimos a la cama calentitos. Por cierto, dormimos en un colchón de aire, (con colcha de leopardo, uhhhhhh) y la verdad es que es bastante cómodo. La primera noche no la pasé bien al no tener almohada, pero las siguientes arreglé la situación con ropa metida en una bolsa y dormí de maravilla.
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