"Carmen"

9 de febrero de 2008:

Después de una semana un tanto agitada, con Marga escribiendo papers por todos lados y yo aprendiendo a decir piquetes (picket line) y esquiroles (scabs) en la academia de inglés, nos fuimos anoche con toda la ilusión (y el cansancio) del mundo a la ópera. En esta ocasión, como ya os habréis figurado, la obra en cuestión era Carmen, no la de Tuso, que ya le hubiera gustado a la soprano, sino la de Bizet.
Vuelvo a comentar, las entradas superbaratas, visión casi perfecta, y gente con pajaritas mezclándose con la prole de bambas y barbas mal afeitadas. Las copas de champán y las fres(c)as con chocolate, nos daban una excusa para salir en los intermedios al pasillo y admirar desde la distancia a los afortunados que cenaban tranquilamente en el mega lujoso restaurante del teatro. Como no, también cotilleábamos los vestidos de las mujeres. Me hizo gracia ver que las más elegantes eran las mujeres mayores, y las niñas jóvenes (de 14-16 añitos). Estas últimas, vestidas como si fueran a una fiesta de nochevieja.
Al lío. La función estuvo, como siempre, de lujo. Mejoraba a medida que avanzaba la obra, destacando los dos últimos actos. La puesta en escena era espectacular, con unos decorados increíbles, tremendamente detallistas, y muy grandes. A veces, podían coincidir en el escenario unas 100 personas, entre cantantes, figurinistas, niños cantores, caballos y perros. Muy buenos los caballos, unos 7 diferentes aunque no todos a la vez en el escenario, bastante grandes, y con el detalle de llevar a cada momento a un pavo vestido de época con un cubo (de época también) detrás del caballo, por si acaso. Los mejores, dentro de mi ignorancia operística, José el soldado que se enamora perdidamente de Carmen, y Micaela, su supuesta futura mujer y a la que abandona miserablemente. Por cierto, no faltaron los bailes flamencos con mantillas y castañuelas. No, no derrochamos lágrimas de emoción, aunque nos echamos unas buenas risas.
Detalles que no nos gustaron. Para empezar, la soprano que interpretaba a Carmen. La verdad, es que no nos esperábamos que fuera como Paz Vega en la película de Vicente Aranda, pero encontrarse a una Rusa de unos 120 Kilos, con el pelo morado, y que cantaba fatal en francés, nos supuso una tremenda decepción. Más aún, cuando se supone que la Carmen original conquista a todos los hombres por su belleza (no me acusen pues de superficial o frívolo, reclamaciones al señor Bizet), y ésta, más bien, conquistaba por su fuerza (cualquiera se mete con un bicho como éste). Otra cosa que nos hizo gracia, fue como ambientaron la obra. Nos dio la sensación, que utilizaron el google para saber como se vivía y vestía en España durante la primera mitad del siglo XIX (la acción transcurre en 1830). Como primer ejemplo, la cuadrilla de toreros llevaba capotes de colores dorados, plateados y bordados. El torero, utilizaba el capote por su lado amarillo (¿?). Carmen, en la escena final, luce una mantilla de color rosa (según me contó Marga, sólo pueden ser negras o blancas), así que puristas de la tradición española, abstenerse de comentar. Los hombres señoritos, vestían trajes de lino blanco y sombreros al más puro estilo cacique de hacienda sudamericana, de los que ni Antoine guarda en su ropero. Para mi, la mejor, sin ninguna duda, fue ver como las banderas de España que ondeaban al paso del torero, lucían sin pudor alguno, el escudo constitucional de 1981. El orgullo patrio en la ópera de Nueva York!!!!!!!!!!!!

(Bandera a principios del XIX, según Wikipedia; historiadores, opinen pues)
La última. Ya he dicho que aquí la gente vive deprisa. Apenas tienen tiempo para comer. Y la ópera no iba a ser una excepción. En el primer intermedio, pudimos ver como en las mesas del restaurante los platos esperaban impacientes a sus comensales, que sólo disponían de 15 minutos antes del inicio del segundo acto. Había que verlos, con sus trajes elegantes y recién salidos de la peluquería, comiendo sin hablar (se va el tiempo señores!) y seguro que sin poder disfrutar las viandas que allí se ofrecían. No hablaban, sólo comían y bebían. Extrapolando la situación a cualquier restaurante de España, no podíamos parar de reírnos. El caso es que se nota que están acostumbrados, por que no vimos ninguna carrera, ni agobios por parte de los comensales. Mucho menos incidentes que requiriesen la intervención de un médico...
Por ahora no tenemos más entradas para otra función, pero veremos si podemos repetir. Aunque sólo sea por las frescas con chocolate...

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