Cape Cod (3)

21 de agosto de 2008:

El día más intenso del viaje. Nos levantamos pronto, demasiado pronto para estar de vacaciones, pero es que los horarios eran los que eran, y en la casa de Andy la gente se levantaba entre las 5 de la mañana (la madre) y las 8 (los hijos), así que nos tocaba madrugar. Nos fuimos a una de las playas que hay en el parque nacional "Seashore". El atasco que nos comimos para llegar mereció la pena. En eso nos parecemos los españoles, que los domingos, si hace bueno, nos vamos todos a la playa. Después de pagar 15$ por coche (es un parque nacional, ya lo hicimos al entrar en Yosemitte), conseguimos llegar a la playita.





Era una playa muy grande, muy ancha y muy bonita. Con dunas a la espalda, y cubiertas de vegetación. Las dunas estaban protegidas con carteles y cuerdas que impedían el paso, ya que, al igual que en medio mundo, estaban amenazadas por la erosión. Así que nada de escalarlas, a pesar de las vistas que se debían de ver desde arriba. Dicen que los americanos son más respetuosos, pero he de decir que durante el paseo que nos dimos vimos a una familia, de unos 20 individuos, con niños y todo, escalar una de estas dunas. Así que como que se lo pasaron por el forro, lo de la prohibición. Y digo bien escalar, ya que la pendiente era considerable. Me llamó mucho la atención la calma del mar. No había ni una ola. Cualquiera diría que era el océano atlántico, aunque claro, un buen día lo tiene cualquiera...Así que allí estábamos nosotros, tomando el sol cual lagartijas, mientras los surfers se desesperaban ante la falta de acción, la gente se agarraba a sus gorras de los red sox, y los socorristas se aburrían como ostras. Por que el agua estaba helada. Y había que tener valor para meterse en ella. Y yo, como buen español, no tuve más remedio que bañarme. Eso sí, fue uno de los baños más cortos de la historia. Lo suficientemente largo para decir que me había bañado (me metí entero, cabeza y todo) y lo suficientemente corto para no sufrir secuelas físicas. Ya os hacéis una idea. Luego a los americanos les sale la vena creativa. En medio de la playa nos encontramos con una "cosa" parecida a una casa, formada por ramas, maderas y restos de basura. Era como una performance en la que cada uno colaboraba como podía, con sus residuos. La gente le hacía fotos, así que no iba yo a ser menos.

Después de varias horas al sol, en las que aparte de ponernos morenos, vimos a los lugareños bañarse y hacer surf, pasear, ver focas nadando y contemplar esculturas reciclables, decidimos cambiar de tercio e irnos en busca de otra de las atracciones de la zona. Se trata de los faros utilizados para avisar a los marinos de la presencia de la costa. Al parecer hay varios faros habilitados como museos y que son visitados masivamente. Intentamos llegar a varios de ellos, pero unas veces por el tráfico, y otras por que se encontraban algo lejos andando, nos quedamos sin verlos. Al menos nos encontramos con otras playas tremendamente bonitas y naturales. Da gusto estar en una playa sin nada alrededor, solo mar y arena, y no edificios, chiringuitos y coches. En esto, la zona era una maravilla. Y algunas casas, estaban en zonas inmejorables.

Marga seguía con su invalidez temporal, cojeando como una pobeshita, y andando lo menos posible. A mi me hacía gracia verla andar con la muleta, del tipo serie americana años 50. Pero no me metía mucho con ella...

La última etapa de la excursión fue un paseo por Provincetown. Este pueblecito fue el primer lugar en el que los peregrinos desembarcaron al llegar a América. Pero no establecieron una colonia. Sólo desembarcaron. Desde los años 70, este pueblo es el lugar de reunión de los gays de Estados Unidos. Es como Sitges, pero a la americana. Las calles están llenas de banderas arcoiris, parejas de gays y lesbianas de paseo, y turistas haciendo fotos. La verdad es que el pueblo es muy bonito. Tiene una calle principal, donde se encuentran la mayoría de comercios y restaurantes, y el resto es para uso residencial. Las casas son todas bajas, antiguas, de madera, y muy bien cuidadas.



Los comercios estaban súper currados, y hasta la pizzería-cafetería más concurrida tenía un patio interior de lo más sorprendente, con plantas por doquier, fuentes, y hasta una zona reservada para jugar a la petanca.

Luego estaban las tiendas más gamberras, como esta llamada "spank the monkey", cuya traducción literal es "azota al mono", y cuyo significado en jerga es "masturbarse". La tienda estaba genial, si lo que te interesan son las baratijas. La verdad es que era curiosa, pues podías comprar desde joyas y ropa tipo hippies, hasta chapas metálicas de coleccionista con pósters de los años 50. Y en la planta de arriba, un sex shop de lo más completo. La tienda llena, como no. Y me gustaron los carteles amenazando a los shoplifters con cortarles la mano si les pillaban...

Aquí también hay playa. En plan urbana, pero bastante chula. Lo único es que estaba al lado del puerto, por lo que no se si será muy limpia... Como ya era muy tarde, no nos dio por bañarnos.

El ambiente que se vivía por la calle era como el de una ciudad turística en verano. Mucha fiesta, mucha gente, y todos muy animados. Nos encontramos con el taxi definitivo para los fiesteros. Se trata del funkytaxi. Decorado con colores psicodélicos, con la música a toda pastilla y una bola de luces de discoteca girando en el techo, daba un toque de humor al mundo del transporte público. Como el pueblo era pequeño, y Marga estaba coja, nos estuvieron persiguiendo toda la noche, pero fuimos fuertes y resistimos la llamada de la bola de luces. A mi me costó un poco...

A la hora de cenar, nos intentamos meter en varios sitios, que Andy conocía, pero ya estaban cerrados. Así que lo más exótico que encontramos fue un restaurante de comida sudafricana, bastante llamativo, al que se accedía siguiendo unas huellas amarillas pintadas en el suelo. Digo llamativo, por que el primer plato del menú era una Boston Clam Chowder, plato que como su nombre bien indica procede de la mismísima Ciudad del Cabo. El caso es que era una mezcla de vegetariano con burguer con platos raros (supongo que serían los sudafricanos de verdad), aunque estos eran los menos. Nos hinchamos a tabulhé y arroz, yo me comí un wrap de pollo con una especia bastante picante y muy rica, y después de echarle unas fotos al salón (hortera como pocos he visto en mi vida), nos fuimos a tomar un heladito de postre. Como es verano, es lo que hay. Eso sí, muy ricos y muy homemade, que es lo que se lleva por aquí.

Como buena ciudad de veraneo la vida nocturna era bastante intensa, y en las calles podías encontrar desde galerías de arte abiertas hasta sexshops (esto ya lo he dicho, creo), y muchos hotelitos de esos de bed and breakfast en casas enormes de madera como las de las películas del oeste, pero adecentadas para la ocasión con banderitas arcoiris y luces tenues en plan romántico. Si no vimos 20 en todo el pueblo, no vimos ninguno. La verdad es que tenían muy buena pinta. Y Marga con su muleta inseparable (lloró al día siguiente cuando se tuvo que despedir de ella) disfrutando del paseo nocturno.

Uno de los monumentos más famosos del pueblo (aparte de los gays musculosos) es el monumento del peregrino, torre altísima que se ve desde casi cualquier punto del pueblo, y que es un museo actualmente. Nosotros llegamos tarde para verlo por dentro, pero nos quedaremos con la vista nocturna de la torre iluminada.

Antes de emprender camino a casa, nos volvimos a ir al parque nacional Seashore, esta vez para ir a otra playa (hay muchas en el parque) con un bar en el que poder tomar una última cerveza antes de dormir. Después de un buen rato de dar vueltas por la zona, a oscuras y a tientas pues no estábamos seguros de como llegar, arribamos a buen puerto. Lo malo es que a las 10 de la noche habían cerrado, así que nos quedamos con las ganas. Al menos presenciamos una de las lunas más increíbles que he visto en mi vida, llena e iluminando el mar. Parecía de postal. Lástima de cámara de fotos y de ignorancia en cuanto a óptica, por que podría haber tomado 50 fotos de la estampa. Y vimos a un montón de gente en la playa con hogueras, en plan barbacoa. Nos dieron bastante envidia, la verdad. Después de que Andy protagonizara un intento de baño nocturno y de que su mujer Inma le amenazase con la mayor de las pulmonías, nos volvimos a casita. A tomar unas birras y a ver como un jamaicano, de nombre Bolt, la liaba gorda en la carrera de 100 metros. ¿Nadie más ve en él al nuevo Ben Johnson?

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