Philadelphia

13 de octubre de 2008:

Y después de un viaje de lo más tranquilo, llegué a Philadelphia, a eso de las 12 de la noche. El bus me dejó en Chinatown, y tras un paseo de unos 15 minutos, por calles y avenidas solitarias (que daño hace el vivir en NY), aparecí en el hostel en el que me iba a alojar, con el sandwich de Washington en la mano y más sueño que Morfeo. Iba tan cansado, que ni me importó compartir habitación con otros 15 maromos. Así que después de cenar, me tiré a dormir, teniendo previamente toda la consideración del mundo en no despertar a nadie. No veas lo difícil que es buscar el pijama, el cargador del móvil, un enchufe y montar la cama a oscuras, rodeado de bultos, y sin hacer ruido. A las 7 de la mañana del día siguiente, abrí un ojo, y ya no pude volver a dormirme, por lo que decidí emprender la marcha. Duchita, y palante, tuve que decidir entre desayunar en un puesto callejero con más grasa que una porqueriza, o en un sitio de esos tipo starbucks, con fruta y café. Como tenía poco espíritu aventurero, y me reservaba la carnaza para la comida (lo que más claro tenía del viaje a Philadelphia era la comida), me tiré en plan pijo. El hostel estaba muy bien ubicado, en medio de la zona histórica. Y digo bien zona histórica, por que aquí es donde comenzó realmente la creación de los Estados Unidos, con la declaración de la independencia, y la redacción de la Constitución, aún hoy vigente. Así que todo lo turístico está relacionado con aquél momento de la historia. El centro neurálgico es Independence Hall, donde se ubicó el gobierno inicialmente, y donde se encontraba la Liberty Bell, símbolo de la libertad, y tal.



La campana está destrozada, y expuesta en un pabellón exterior, pero es la gran atracción turística. Todos se quieren hacer fotos con ella, sobre todo los chinos (la cantidad de chinos que había de turismo no era normal). La venden como el mayor símbolo de libertad del mundo, por aquello de ser el emblema del abolicionismo, y en todos los grandes discursos apelan a su sonido cada vez que hay que hacer un discurso del tipo nuestra libertad es la mejor del mundo. Un poco de repelús si que da.
Luego están todas las casas en las que se produjeron reuniones fundamentales para el nacimiento de la nación más grande del mundo (uffffffff), perfectamente restauradas, y con visitas guiadas. Yo llegué en pleno Columbus Day, festivo nacional, y por lo tanto con todo cerrado. Tampoco es que fuese a pagar por entrar, pero bueno, mejor si la posibilidad no existe. Y es que después de pasear por el barrio histórico, acabas un poco cansado de casas del siglo XIX, todas parecidas, y de carteles patrióticos. Entre ellos, la Betsy Ross house, donde vivió la mujer que diseñó la bandera americana de barras y estrellas, el Carpenter´s hall, la Declaration House (donde Jefferson escribió la declaración de Independencia en menos de 3 semanas), el primer banco del país, o el Pennsylvania hospital.





A mi de lo que más me gustó fue Elfreth´s Alley, una callecita con casas pequeñas, bajas, en las que vivían los currelas, y que se conservan de maravilla. De hecho, es la calle que muestra las típicas calles de la época colonial, siendo así en el resto de la ciudad. Las tienen decoradas con flores, la calzada está empedrada, y hay hasta un museo. Por dentro siguen siendo casas habitadas, aunque reformadas por dentro. No se si a mi me gustaría vivir en una calle con tanto turista suelto.
Luego está el personaje más importante, creo yo, de la ciudad. Se trata de Benjamin Franklyn, inventor, diplomático, político, cartero, etc. De lo más curioso es el Ben Franklyn Court, un patio que muestra el espacio donde se encontraba la casa del susodicho, de la que ya sólo quedan los cimientos, y que actualmente alberga un museo y un jardincito con paneles que explican la vida y milagros del personaje, así como reproducciones de las cartas que se enviaba con su mujer mientras él estaba en Londres, y su mujer vigilaba la construcción de la casa. Por cierto que ya por entonces se daba el rollo este albañil de "esto está en dos patadas", y luego se te meten en casa durante un par de años, ya que el propio Franklyn se quejaba de la tardanza de las obras, siendo la mujer la que le tenía que calmar (le gustaría alguno de los paletas).


Más cosas interesantes de la ciudad: me gustó mucho el ayuntamiento, o City Hall. Un edificio impresionante, enorme y con miles florituras, como un castillo con sus torres en las esquinas. Igualmente había visitas guiadas, donde lo único interesante era la subida a la torre más alta, prometiendo unas vistas impresionantes de la ciudad. Como era festivo, me quedé con las ganas. Aún así, gran edificio.
Luego estaba el callejear por las calles algo más modernas, con casas relativamente pequeñas, y pocos edificios altos. Me gustó la South Street, llena de comercios, pero sobre todo con una pinta de animada que tiraba para atrás. Había casas decoradas con cristales, en plan collage, tiendas pequeñas algo hippyes, murales inmensos, etc. Y es que para combatir los graffitis, el ayuntamiento decidió tirar palante y permitió la pintada de murales enormes en casas de hasta 6 pisos de altura. El resultado es chulísimo. Cada uno es de una temática, siendo el dedicado al jazz de los que más me gustaron.



Luego me flipó el vestíbulo del Comcast Center. Es uno de los rascacielos más modernos, sino el más, de la ciudad, y no me hubiera metido dentro si no hubiera visto a la gente agolpada frente a las ventanas mirando embobados a la pared. Y es que lo que había era una proyección o algo sobre la pared con una calidad increíble, con imágenes de paisajes salpicadas con frases míticas, o escenas de gente corriendo, o como se creaba la maquinaria de un reloj para dar la hora. Esto es lo que había que ver. Y de verdad que es tremendo ver la calidad de las imágenes.

Aparte de esto, destacan las placitas como Rittenhouse square, o Washington square. De lo más pequeñas y coquetas.



Y ahora lo más grande. Desde el principio había leído que Philadelphia es la ciudad en la que mejor se come de la costa este. Y donde también se bebe. Y todo ello gracias al famoso Philadelphia Cheesesteak, un bocadillo con pan blandito, relleno por láminas de ternera súper finas con cebolla picada y queso (provolone) fundido. IMPRESIONANTE. Al menos el que yo me comí. Todos los años hacen un concurso en la ciudad para ver quien sirve el mejor bocata, y yo me fui al sitio que estaba enfrente del ganador hace un par de años (con una cola de muerte). Y acompañando al bocadillo, un vaso de patatas fritas con queso fundido por encima, que estaban de coña. Y aparte el litro de cocacola. Todo costó menos de 10 dólares, algo caro, pero es que me sobró casi un cuarto del bocadillo. Comí tanto que ya no necesité más hasta la noche, cuando me metí en un bar cerca del hostel, y a ritmo de cerveza y una ensalada, coreé los home runs de los Philadelphia Philies (que obvio, verdad) jugándose el pase a las world series. Y es que el año pasado me pasó lo mismo, sólo que en estas fechas estaba en Boston. Tendré que mandar m CV a las distintas ciudades que quieran jugar estos partidos, por que siempre ganan cuando voy a verlas por estas fechas. Con que me paguen el viaje, me conformo. A la mañana siguiente, y después de una noche horrorosa debido a nuevos fichajes en el hostel que roncaban a lo Homer, me encaminé hacia el museo de arte, no con la intención de verlo, sino más bien para acabar de dar el paseo antes de volverme a casa. Por la avenida Benjamin Franklyn Parkway, con sus banderas (estaba la española, mal pensados), de lo más agradable, con el museo Rodin y la biblioteca pública a un lado, llegué hasta el museo, famoso por ser el lugar donde Rocky terminaba sus carreras con los brazos en alto. Y hasta una estatua le han hecho.


Después de esto, intenté seguir un poco más, hacia el Fairmount Park, que aparte de ser un parque al estilo Retiro, tiene como atracción principal una serie de casas de estilo colonial de lo más llamativas. Yo llegué a ver sólo una, hasta que las piernas me dijeron que basta, que ya llevaba 15 días de paliza y uno no tiene ya edad para tanto. Así que me volví a Chinatown, después de desayunar, y me pillé un bus que me dejó en casa a eso de las 2 de la tarde, donde me derrumbé medio muerto hasta el día siguiente. Se acabaron las vacaciones.

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