Playita de los Tubos

2 de octubre de 2008:

Para relajarnos de la caminata de Old San Juan, nos decidimos a pasar el día en la playita. Que mejor manera de descansar... Lo malo es que decidimos irnos a una playa pasado San Juan, que estaba a unos 60 kilómetros desde casa. En condiciones normales no se tardaría más de una hora, pero la forma de conducir en este país, unida a las condiciones de las "autopistas" lo alargaban hasta las casi dos horas. La carretera principal del norte, se supone que es una highway, pero tiene semáforos cada 500 o 1000 metros. Además estaban perfectamente coordinados para que te tuvieses que parar en cada uno de ellos. Así que te desesperabas. Además tenían la manía de conducir por el carril izquierdo, por lo que era imposible acelerar y adelantar con fluidez. Así nos tiramos todos los viajes por la isla (creo que tiene 100 millas de ancho, y nosotros le hicimos al coche 400). Al menos la gasolina estaba más barata que en USA. Como todo, la verdad. El caso es que haciendo caso a la guía que nos dieron en el aeropuerto, nos fuimos a la playa de los Tubos, en el condado de Manatí. Aparcamos el coche en un aparcamiento solitario, y esto es lo que nos encontramos, básicamente: arena fina, blanca, palmeritas dando sombra, el agua transparente y calentita, y totalmente en calma. Y una muchedumbre como en Torremolinos...No, lo cierto es que compartimos la playa con 4 críos que se habían escaqueado de clase para darse un bañito (lo menos 1 hora estuvieron en el agua, los jodíos). Y ya. En las fotos se ve la aglomeración de gente...


Estuvimos casi todo el día, hasta que se puso el sol, y bien que lo disfrutamos. Había que empezar a poner a trabajar la melanina, que no se puede volver de Puerto Rico sin estar moreno. A la salida, el pollo que estaba al cargo de los servicios del balneario (así se llaman a las playas con facilities, del tipo baños, duchas, chiringos, etc.) nos convenció para que nos comiésemos unas uvas rojas de uno de tantos árboles de la zona. Se llamaban uvas de mar, y la gente la verdad es que se las llevaba a puñaos. Nosotros cogimos unas cuantas, le pegamos un mordisco a una para que el hombre se quedara tranquilo, y tiramos las demás en cuanto nos dimos la vuelta. No es que estuviese mala, es que era demasiado amarga. Para frutas, el zumo que me compre al llegar en el súper. Un galón de zumo de parcha, con dos cojones y sin saber que era. Al final resultó ser la fruta de la pasión o maracuyá, con lo que triunfó el zumo. Para acabar el día, nos fuimos a un pueblecito de lo más curioso, con la iglesia típica que describía en el post anterior.

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